domingo, 25 de mayo de 2014

Consigna 13: Caras y Caretas

Ema Paradiso "Caras y Caretas: Veo-veo, ¿qué ves?"




Una vez fui negrita candombera y vendía empanadas por la calle al grito de “¡empanadas calientes, pa’ que quemen los dientes!”. Las empanadas las había hecho mi mamá y las había puesto, cubiertas con un pequeño pañuelo, en una canastita. Como nadie las compraba yo me las iba comiendo salvándolas así de morir ahogadas en la espuma alba del carnaval. A pesar de no necesitarlo, puesto que yo soy negra, tal vez para serlo más aún, me habían pintado la cara con corcho quemado. Vestía una pollera larga azul a lunares, una blusa blanca de la que emergía mi cuello rodeado de vistosos collares, y un pañuelo rojo con el nudo hacia delante adornaba mi cabeza. Lo que más me gustaba del disfraz era mi boca pintada de rojo carmesí.

 

Otra vez fui payaso. La cara me la pintó mi papá. Recuerdo que me dio mucha vergüenza que un hombre fuera el que me pintaba. Mucha vergüenza. Para mí, esa era una tarea de las mamás, no de los papás. No era tarea de hombres, y menos si el hombre era mi papá. Pero así fue. La cara blanca, una estrella negra en un ojo, y una lágrima en el otro. Para hacer la boca me delineó de blanco y rellenó todo de rojo por fuera de mis labios. Una peluca de rulos despeinados, un jardinerito con estampados de tela en forma de corazón en una pierna, y con forma rectangular en la otra. Estaba irreconocible. El toque final, antes de salir de la casa fue colocarme la nariz de payaso, y ¡“voilá”! La máscara más alegre de todas. Estaba lista para formar parte de ese mundo de colores, música, gritos y disfraces.

 

También fui dama antigua. Llevaba sombrero de ala ancha, mantilla en los hombros y un vestido negro. Recuerdo que había ido con dos amigas y que competíamos entre nosotras, en silencio por supuesto, viendo a cuál de las tres le tiraban más bombitas de agua y más espuma. Nosotras habíamos decidido no tirar nada porque éramos tres damas, pero el juego nos ganó, y terminamos corriendo desencajadas, más como nenas, que como damitas.

 

En otra ocasión de mi vida, fui japonesa. Quizás una japonesa algo pobre, pues en lugar de los tradicionales “geta”, usaba unas ojotas de goma un número más chico que mis pies. En la cabeza me hice un rodete atravesado por dos palitos de caña reemplazando a las agujas niponas. A guisa de kimono usé una salida de baño amarilla con diseños chinos. Pero mi maquillaje estaba muy bien hecho y me sentí una auténtica geisha.

 

Durante mi adolescencia, y tal vez para justificar sin culpa un comportamiento alocado propio de la edad, le rendí honor a los alocados años 20, y concurrí a una fiesta vestida “de Charleston”. El vestido era de una tela brillante de color azul, lleno de flecos, medias blancas con reflejos iridiscentes, collares largos, maquillaje muy luminoso y lo más lindo, mucha pluma. Fue allí que conocí a mi primer novio; con quien aprendí muchas cosas, entre otras, a sufrir en soledad; y luego descubrí la felicidad de enamorarme nuevamente.

 

En otra fiesta hice de estatua. Una vez más, siendo yo negra, mi cara, cuello, manos y pies fueron pintados de blanco. Elegí no usar guantes porque en verano hace mucho calor. Al pelo lo confeccioné con sogas pintadas de blanco, y me coloqué una corona de laureles, también pintada de blanco. En esta reunión había muchas estatuas.  La mayoría eran la “Estatua de la Libertad”. Menos yo, que era estatua viviente.

 

Por último elegí ser Diablo. Me solté y fui Puro Carnaval. “¡Soltame Carvanal!” me gritaban todos, corriendo  a mi lado o por detrás siguiendo los reflejos de  mis espejitos en el piso de tierra, ó el ruido de mis cascabeles. Con la máscara ocultando mi rostro pero yo viendo a todos, con mi voz disfrazada y con unos cuernos gigantes encabezo, junto a otros diablos, el desfile de mi comparsa por el pueblo. Entre chicha clericó, cerveza, vino, papel picado, talco ¡hasta en los perros! y hojitas de albahaca, todos bailamos, cantamos y desfilamos por el pueblo, en forma desenfrenada y desinhibida. Una semana de festejo en donde las jerarquías desaparecen y sólo queda fiesta, locura, mucha picardía e igualdad.

 

Hoy, en mi túnica blanca, con el pelo largo –larguísimo-, negro –negrísimo- y ondulado como siempre, y con un par de alas sin plumas, que no me permiten volar pero no me impiden ver lo que sucede allí abajo en la Tierra, siento que soy algo muy parecido a un ángel. Soy la encargada de mirar desde aquí arriba los festejos de carnaval en la Tierra, y gozo viendo la felicidad ajena. Puedo afirmar que la gente lo llevó y lo lleva en la piel, en el alma.

El carnaval vive en cada uno de nosotros; en diversas ocasiones de nuestras vidas.

Mi vida ha sido un buen carnaval. 

Ema Paradiso

 

Saverio Longo: "Caras y caretas II: Yo quería ser Claudia Sánchez"

Tras el aluvión de cartas que llegaron a la redacción, me ví en la obligación de hacer
una selección de ellas, ya que nos hubiera sido imposible responder a todas y cada
una de manera particular.
Era una tarde aparentemente tranquila, neblinosa, y así nos hallábamos nosotras en
ese momento en que también con su aparente calma llega Mario Bernás, el jefe de la
sección científica a conminarnos que dejáramos el tema en ascuas, como olvidado por
intrascendete.
-Marcela, eso no es asunto de ustedes. Me dijo con retintín y como gozando de la
situación agregó. -Es orden del jefe-jefe.
Con Estela nos quedamos boquiabiertas, ella arrojó la birome que tenía en la mano
contra la pantalla de su computadora. -No lo puedo creer, y por qué no viene
Rodríguez en persona a decírnoslo?
-Porque por algo lo tiene a este chupándosela! -le respondí con rabia.
-Yo creo que tendríamos que vender la nota a otra editorial, total, para trabajar así
prefiero que me despidan, no te parece? -dijo muy resuelta.
-Y al día siguiente de la publicación nos pegan un corchazo a cada una.
-Un corchazo? Me preguntó entrecerrando los ojos que con esos anteojos la hacían
parecer bizca.
-Sí, en la jerga de los polis dicen así cuando te dan un balazo.
-Ah, cierto. Cómo estás con Julio?
Julio es el poli con el que salgo desde hace seis meses, un tigre en la cama, un
caramelo en el desayuno, un galán en el restaurante y además tan preparado para la
vida como para la muerte. Era el seductor que siempre había soñado, el típico
romántico por el que mueren todas y a la vez el continente de mis angustias y de mis
sueños, claro que además de todo eso es policía. Nadie es perfecto pero él casi que sí
lo es.
-Mejor que nunca, estamos planificando nuestras primeras vacaciones, pero todavía
no decidimos si a Bariloche o a Río.
-Váyanse a Río, ni lo piensen. Cuánto nos queda?
-Media hora, mejor nos vamos ya, cerrá la compu y agarrá la cartera, te invito a
cenar.
Lo que de la ventana del piso diecisiete se veía como una neblina, era en planta baja
una garúa pegajosa, insistente. Los jardines de la entrada del edificio se veían
brillantes, irreales, lo que en el fondo agradecimos las dos. Caminamos hasta la
esquina para cruzar en el semáforo, sin demasiada prisa pero tampoco llenando el
espacio con palabras. Recién en el restaurante después de pedir una picada y dos
copas de vino blanco nos pusimos a charlar de su enésimo intento frustrado de pareja.
Hacía dos años que había roto la relación con Alberto, pero Estela seguía pensando
que no habría nadie más que pudiera llegar a querer como a él.
-Podés entender que los tipos siempre van a salir corriendo si a la semana les
empezás a hablar de hijos?
-Marce, la idea era relajarnos y disfrutar lo que queda del día, no me sermonees; vos
viste lo bueno que está el nuevo de rulitos? No es un divino?
-Olvidate, es gay. -le contesté sin preámbulos.
-Ves que sos jodida? Ni un ratito me dejaste soñar, cómo se nota que te olvidaste de
lo que es pasar hambre, eh! -me reí de su ocurrencia pero en el fondo me daba pena
que no asumiera que hasta que no cerrara la puerta con Alberto, no iba a entrar nadie
por ninguna otra puerta a su vida.
Llegó la camarera con las copas de vino, una chica simpática que no llegaría a los
diecinueve años. Estela le preguntó a boca de jarro. -Perdoname, tenés novio? La
chica la miró con cara de asombro y me miró a mí como queriendo saber si acaso
éramos lesbianas y mi amiga intentara levantársela -Sí, tengo novio. -a lo que Estela
preguntó. -Sos felíz?
-No, pará Estela, la vas a poner incómoda! -y mirando a la camarera dije -Si le querés
tirar la copa encima, podés.
-No pasa nada señora, pero no sé si soy felíz, creo que sí, la vida es todos los días,
no? -miré seriamente a la camarera y de todos modos le sonreí. La chica bajó la
mirada, pidió permiso y se fué con la bandeja a otra mesa desde donde la llamaban.
-Ves lo que conseguiste? Me dijo señora!
-Bueno, qué querés, no tendrá ni veinte años, nosotras vamos llegando a los treinta y
ocho!
-Bueno, cambiando de tema, qué hacemos con la nota? La terminamos y buscamos a
quién enchufársela? A lo mejor en Ciencia Transversal nos la publican, quién te dice?
-Ah, te picó el bichito. A estos habría que cagarlos, qué querés pero tengo la cabeza
en otra cosa. Si siguiera todo como estaba, la semana que viene la teníamos
publicada, pero hay que empezar de nuevo. Y quién te dice que no nos la roban. Te
cuento algo? Este último la tenía tan grande!
-Me sacás de quicio Estela, me sacás de contexto, estamos hablando de algo serio.
Este Bernás chupapija, lo odio.
-Yo también, pero a lo mejor el que se la chupa es Rodríguez a él.
-O hacen el sesenta y nueve. Basta, mirá, vos te imaginás a nuestras madres hablando
estas guazadas? -nos reímos las dos mientras bebíamos y pedíamos la segunda copa.
La camarera llegó con las copas y la picada. Me acuerdo de cuando las picadas eran
queso, longaniza y aceitunas con Quilmes de litro, mi frente llena de granos y el
flequillo que me llegaba hasta los ojos, y si estaba Mauri en el grupo, me sentaba lo
más lejos posible pero sin dejar de mirarlo. Esta era como los pinchos vascos, con
firuletes de anchoas, huevitos de codorníz rellenos de salmón o queso fresco trufado.
-Marce, te colgaste?
-Ay no, me distraje un segundo, pero sí, qué hacemos con la nota? -Estela se había
centrado por un momento así que me prendí a su entusiasmo mientras ella seguía
diciendo.
-Podemos ir a otro laboratorio a buscar una segunda opinión, también tendríamos que
pensar en contactar con alguien del Ministerio de Salud. Después cuando tengamos
todo bien armado, se lo presentamos directamente a Rodríguez, pasando
olímpicamente de Bernás.
El resto de la semana y parte de la siguiente transcurrió como si todo fuese normal.
Seguíamos con la idea de no dejarnos arrebatar la oportunidad de largar la
investigación a la luz. Sin pedir autorización, Estela consiguió una entrevista en el
Ministerio con quién tuvo suerte y se interesó por el tema, a lo que siguió una cita
con un cargo ya más elevado al que fuimos las dos. Gonzalo Artemis Gijón era afecto
a las puertas giratorias, estos personajes que van de corporaciones privadas a cargos
públicos y viceversa, con más asiduidad que yo a las discotecas, bueno, no es buen
ejemplo bah. Ese miércoles nos pidió que le dejáramos el informe que habíamos
elaborado y nos encareció confidencialidad con el asunto. No era dado a las
entrevistas pero siendo este el caso, dijo que no le quedaba otra que interiorizarse por
el tema y que siguiéramos la investigación siempre y cuando aceptáramos colaborar
con él.
-Es un asunto demasiado serio como para dejarlo librado a la suerte de los medios
que lo único que buscan es publicidad y beneficios.
-Totalmente de acuerdo Sr. Artemis. -acotó Estela.
-Lic. Artemis Gijón. -recalcó él.
-Bueno, entonces estaremos viéndonos de nuevo. -dije yo haciendo ademán de
levantarnos, pero él se quedó clavado al sillón mientras clavaba su mirada en mi
portafolios.
-En este momento vinimos nada más que a hablar. Ya le habíamos dejado una copia al
Sr Vásquez el otro día, por eso no trajimos ninguna en este momento. -nos dijo que
no había problemas, que ya se la pediría a él y que quedábamos en contacto. Mientras
bajábamos en el ascensor, las dos compartimos el primer síntoma de paranoia. No
hablamos hasta salir del edificio, mirábamos para todos lados, y evitábamos las
miradas directas. Hasta no subir al taxi no respiramos tranquilas.
-Vos sentiste lo mismo, no? -dijo Estela pero el que habló fué el taxista. -Disculpen
señoras, adónde las llevo?
-Ay disculpe, Entre Ríos al 900 y cuando lleguemos, doble en la que corta y nos deja
a media cuadra, va a ver que hay un estacionamiento justo ahí.
-De acuerdo, allá vamos, se acuerdan de ese programa del señor canoso que recorría
todo el país? Siempre decía: allá vamos!
-Qué memoria, sí, ese era El país que no miramos. Anotá Este, el nombre del artículo
va a ser ese.
-Qué tranquilita que estás. -ella seguía mirando para todos lados, a mí me
transpiraban las manos. El hombre quería ser amable, Estela no se aguantaba en el
asiento y yo quería ser lo más fría posible pero me comían los nervios. Llegamos a la
puerta del parking y mientras bajábamos por la rampa a la penumbra de los
fluorescentes le dije. -Vos simpática como siempre, sonreí pero no digas nada, dejame
a mí.
-Qué hacés Héctor?
-Señora Marcela, tanto tiempo, qué hace por acá?
-Trabajando, como siempre, tu señora...los chicos?
-Como siempre, tirando para no aflojar. Qué se le ofrece?
-Mirá, con mi amiga, te presento a Estela, queremos hablar con el jefe de laboratorio,
pero no queremos que sea oficial, vos nos podés dejar pasar por acá, viste cómo es
esta gente, ven un par de periodistas y entran en pánico, jajaj. Además no tenemos
mucho tiempo y si vamos por la entrada, hasta conseguir una cita se nos pasa la vida.
-No hay problema, si suben por la escalera al segundo piso, salen a un pasillo como
para la derecha.... -iba haciendo los movimientos corporales y ademanes para
ubicarnos en el espacio.
-Gracias Héctor, te agradezco muchísimo, saludos a tu señora. En un rato salimos.
-Qué familiaridad, de dónde lo conocés?
-Es el portero del club.
Seguimos las indicaciones de Héctor hasta llegar a una puerta de esas que hay que
abrir con una tarjeta, pero al costado estaba la recepción de la planta y pedimos ver a
Gervasio Delandatti, el jefe de laboratorio. Estela me miraba con asombro. -Sos una
versera.
-soy periodista ché, vos no?
Delandatti era un tipo formal, de aspecto duro pero que se interesó en el tema, le
dejamos un pendrive con nuestra investigación, creí que podría confiar en él y eso
hice. Estuve bruta, no le consulté a Estela pero sabía que ella iba a estar de acuerdo.
Cuando salimos de ahí nos despedimos y ya no nos vimos hasta el otro día en la
redacción. En casa cenamos con Julio, él preparó las milanesas y una ensalada y
después nos tiramos en el sofá hasta que nos dormimos abrazados. Él me notó rara y
por eso no insistió en que hiciéramos el amor. Además sabiendo como soy, tampoco
preguntó mucho, siempre me deja reposar las preocupaciones y a veces se me pasan
solas, pero esta no era una más.
El jueves, casi una hora despues de que hayamos llegado, apareció Bernás que entró
directo al despacho de Rodríguez y llamó a uno de los ordenanzas para que retiraran
todo lo que había ahí.
-Parece que Rodríguez se fué, presentó la renuncia esta mañana y se fué. Nos dijo en
voz baja Ernesto, uno de los correctores editoriales.
Intenté comunicarme al celular de Rodríguez pero lo tenía apagado y saltaba directo
al buzón de voz. “Puta madre ché, y ahora qué?” Me hablaba a mí misma encerrada
en el baño, apoyada contra el espejo sin ganas de tener que mirar mi cara de rabia.
Alguien quiso entrar al baño así que abrí y al salir, la que entraba me dijo.
-Ves lo que se consigue cuando uno insiste en hacer lo que le dicen que no haga? Las
que siguen en la lista son vos y tu amiga Estela.
-Qué decís? Pará un poquito que no tengo idea de lo que pasó, recién llego. -se cruzó
de brazos, parecía una patovica que no me dejara pasar por la puerta.
-Alguien llamó del Ministerio y con el dedito encima de Rodríguez dijo “éste afuera”
y Rodríguez ya está afuera.
-Y yo qué tengo que ver? Me miró de arriba a abajo y agregó -Si vos no lo sabés, no
lo sabe nadie.
Bernás me pidió todas las notas sobre las que estaba trabajando, para hacer una
“selección” de material. No pude contestarle así que se las dí.
No queda nada por hacer en esta redacción, vámonos a la mierda. Así no podemos
trabajar, quién se cree que es? Estela como siempre con sus ideas sacadas, pero tiene
razón. Si nos dejan sin Rodríguez que dentro de lo que hay nos daba libertad, mejor
irnos a otra parte.
-Qué se yo, seguir usando caretas para trabajar y que no te toquen el sueldo es algo
que me tiene harta. Seguía diciendo mi amiga y colega.
Delandatti llamó para decir que nos podíamos encontrar para hablar de lo que había
averiguado.
Quedamos en Esmeralda y Córdoba. Llegamos los dos puntualmente.
-Lo que averiguó no es nuevo, pero nadie tiene nombres y datos de políticos
implicados. -fué lo primero que dijo al verme.
-Pero mi investigación tiene que ver con los efectos sobre la salud de estos supuestos
alimentos nuevos.
-No es por ahí donde hay que buscar los problemas. Estuve anoche preguntando a un
par de colegas y los dos coincidieron en que hay mucha plata, que ir en contra de esto
es no contar el cuento. Temblaba de los nervios y no paraba de mirar su reloj.
-Algo se podrá hacer, no? Cálmese un poco, yo recurrí a Ud. porque sé que son un
laboratorio más bien chico y no deben de estar entre los peces gordos, me los imaginé
más independientes, además esto los debería afectar. Si estos se hacen con el control
de todo ustedes se funden como muchos otros.
Sonó el teléfono y lo atendí. -En qué estás metida amor? Me llamó un colega de otra
seccional para decirme que estuvieron pidiendo información sobre vos y que además
eran de los pesados. No me angusties Marce, y contame así te ayudo.
-Ahora estoy en una reunión importante, te llamo más tarde, está todo bien pero igual
te llamo así te quedás tranquilo.
Delandatti tamboreleaba los dedos sobre la mesa. -Se empezaron a mover los hilos,
verdad? Esto es demasiado grande como para tocar ni la más chiquitita de las piezas,
no van a dejar que se les desmorone el negocio. Mostrándome con usted ahora mismo
también estoy en peligro. No nos vimos, no nos conocimos y este pendrive me
quema, acá se lo dejo y no me contacte más, por favor.
El bioquímico salía por la puerta del café y a mí me empezó a picar la nuca como
cuando me saco de los nervios y sigo sonriendo como si nada pasara. Me quedaban
dos horas de trabajo y ningún ánimo de volver a la oficina, de todos modos caminé en
zig-zag hasta completar las diez cuadras que me separaban de la editorial y no sé si
estaba tan distraída o me tiraron el coche encima, la cuestión es que me salvé por los
pelos de estar ahora en la morgue. En el camino me crucé con un locutorio y entré
para llamar a Estela y a Julio, me puse paranoica yo también. Entrando en el ascensor
que me dejara en el diecisiete también subió una chica muy linda que nada más
verme me dijo -Vos sos Marcela, no?
-Sí, y vos quién sos?
-La secretaria del nuevo jefe, el Licenciado Bernás.
-Sos muy linda y simpática. -dije mirándola a los ojos y observando su falda tubo
azul eléctrico, la blusa blanca, sus ojos marrones y el pelo castaño con mechas rubias.
“Andá llevando almohadoncito porque la oficina de tu jefe tiene moquete y te va a
dejar las rodillas destrozadas” La imaginé tal cual iba vestida pero con un collar de
perro y un whisy con hielo en una bandejita donde también había unas pastillitas
azules. Parpadeé seguido, le volví a sonreir y en realidad dije. -Qué suerte, vamos a
vernos seguido entonces.
-Sí sí, me llamo Mara. -se abrió el ascensor en nuestro piso y pareciera que Bernás
me estaba esperando porque no había llegado a mi escritorio que ya lo tenía encima.
-Vení a la oficina ya.
Entré de un portazo -Mirá Mario, hablame bien!
-Ahora soy tu jefe así que más cuidado con tu tono de voz. Adónde estabas? Abriendo
nueva investigación? Ahora yo te voy a pasar las notas que tenés que hacer. -respiré
hondo y me empezó a latir el ojo izquierdo además de la picazón en la nuca.
-Y quién te dijo que eso te da derecho a gritarme adelante de mis compañeros? Si
exigís respeto empezá dando el ejemplo. Que te hayan ubicado en Gerencia no te da
ningún derecho sobre las personas que trabajamos a tu cargo.
-Tenés razón Marcela, la próxima vez te cuezo la espalda a cinturonazos, ya que esto
es una editorial y dicen que la letra por sangre entra... Escuchaste lo que te dije, a
partir de ahora te voy a ir entregando las notas que tendrás que formatear en una
columna, maximísimo columna y cuarto, sin investigaciones, con todos los datos que
tienen que aparecer, sin cuestionamientos de nada. Serán unas tres o cuatro
semanales. Bien fácil, sin sobresaltos y más servido no te lo puedo dar. No soy
Rodríguez, a mí no me van a pasar como alambre caído. Te quedó claro?
La situación no podía ser más bizarra, más perversa, no, imposible. Y yo que me creía
una degenerada imaginándome a la chiquita esta del ascensor, pero este animal me
había superado. Tendría que haberle advertido a Mara de lo desgraciada que iba a ser
y de repente me la imaginé entrando con el whisky en la bandeja mientras este me
llenaba de latigazos después de haberme atado a las patas del escritorio mientras me
hacía escribir con una birome en la boca lo que él me iba dictando.
Entre la puerta de su oficina y el ascensor habían 7 metros pero los caminé como si
hubiera hecho la peregrinación a Luján de rodillas. -Andá a descansar y mañana
empezamos de cero.
Pedazo de animal. “Quién te da ese poder? Artemis Gijón te maneja a vos, quién
maneja a Artemis Gijón? El presidente? El Congreso? Evidentemente Metranto
maneja todos los hilos”
Me saqué la careta de paladín de la justicia, “tengo que ponerme la de chica
obediente, hacer las cosas bien, mientras tanto qué hacer con mi cara por las mañanas
cuando no llevo la careta? Hacerme el hara-kiri con una cucharita de té.” Sonreí a la
nada pero regurgitaba bilis y me subió un olor a miedo.
Mientras atravesaba en loby del edificio, un recinto de piso blanco con paredes de
vidrio y columnas redondas espejadas, que del techo colgaban cientos de luces
tubulares que iban cambiando tenuemente de color y tonalizaban todo el loby que al
fondo remataba en una también blanquísima escalera que nadie utiliza, me imaginaba
debajo de ese suelo, escombros de tendones y huesos rotos apisonados con cemento y
entre los huecos a gente agonizando con los males que Metranto piensa diseminar con
sus productos y todo por los malditos beneficios, sin que nadie esté dispuesto a
enfrentarlo, sin que nadie quiera ver ni aceptar adónde estamos llegando. Total se ven
tan lindos los blancos lobys, que si fumigan con veneno al lado de tu casa mientras tu
bebé duerme en la cuna o tu marido está postrado en una silla esperando la siguiente
sesión de quimio, no pasa nada, la vida sigue y vendrán otros, y en todo caso, pedirán
disculpas y seguirá todo igual. Efectos colaterales.
Esperé a Estela en el mismo restaurante del otro día, sabía que iba a venir en un rato y
me atendió la camarera de la semana pasada. -Qué hacés? Traeme un té de tilo por
favor.
-Tilo no tengo.
-Entonces un tecito Cachamay o algo así.
-Le cayó mal la comida?
-El jefe nuevo me cayó mal, andá traeme lo que sea y si me das el código Wi-Fi te lo
agradecería.
El sol parecía que iba a estallar en los edificios vidriados de enfrente, el boulevar
lleno de coches ansiosos, los palos borrachos cuajados en rosa y blanco llenaban mis
ojos pero yo no los veía, no veía nada, ni siquiera la notebook abierta en la mesa ni el
té frío mientras esperaba a mi amiga.
-Se terminó. -dije apuntándola con el dedo.
-Qué decís? Esto recién empieza. Bernás no nos puede manosear de esa manera. Dejó
la cartera y el abrigo color berenjena a juego con sus zapatos, en el respaldo de la
silla.
-No es Bernás, son muchos más arriba de él que nos van a aplastar como a los sapos
en la ruta. Me subiría a un avión ahora mismo, hay pista en el Aconcagua? Y sino me
tiro en paracaídas.
Me agarró de la muñeca y me pidió que reaccionara, que hay que ser realista y buscar
la manera de seguir adelante pero con precauciones.
-Sabés qué? No quiero mirar como crecen los rabanitos, no hay manera de ser
precavidos, esto es a todo o nada.
-Cortala Marcela con tus dichos. -agitó el brazo llamando a la camarera
-Llevate este té y traenos dos cosmopolitan pero cargaditos.
-No hacemos cosmopolitan pero black russian les gusta?
-Entonces que sean dos mojitos.
-Muy bien, ahora se los traigo.
Estela insistía en seguir adelante, que hablara con Julio y averiguara por su lado
quiénes habían hecho las averiguaciones de antecedentes, que seguramente ella
también había sido investigada. Marcela “paladín de la verdad” había bajado los
brazos, me disfracé de algo que no reconocía muy bien pero iba a intentar seguir
adelante sin mover ficha, si me agobiaba, siempre podría tomarme unas vacaciones, o
buscar otro trabajo. La investigación periodística no es lo único que me apasiona. Nos
relajamos, llegó la hora de la cena y se sumó Julio.
-Qué elegante que está mi policía preferido! -lo piropeó Estela.
-Ya te dije que es un tímido, lo hacés ponerse colorado. -y mirándolo a él le dije.
-Hola amor. -me besó con uno de sus besos largos que me hacen sentir linda, sé que
lo hace porque le gusta que los demás lo envidien un poco.
-Ché ché ché, que el piropo te lo hice yo!
-A vos te doy solo un besito que sino en casa me pega.
Reímos, pedimos la cena y entre los tres llegamos a un acuerdo del que Estela era la
que menos conforme había quedado, de todas maneras no necesitábamos más
problemas, al fin y al cabo esto es un trabajo y no la vida, Julio y yo dijimos que lo
nuestro es lo más importante que tenemos en el presente.
-Pero están muy calladas, son siempre así sus charlas?
Estela seguía un poco enfurruñada pero para salir del paso acotó. -Es que a mí me
gusta hablar siempre de sexo, pero como ahora hay un caballero a la mesa...
-Ah, por eso no se preocupen, con Marcela siempre hablamos de todo, de sexo
inclusive pero si te deja más tranquila, hablen de lo que hablen no las voy a llevar
presas, estoy fuera de horario de servicio.
-Jajaja y sos de los que llevan el arma encima todo el tiempo? -si no fuera porque
somos amigas, le hubiera clavado el tenedor en el ojo. No dije nada pero se dió
cuenta de mi mirada y fue calmándose un poco. Pensándolo fríamente, las dos
estábamos muy nerviosas con todo este tema. Ambas lo dejamos pasar y así siguió la
charla hasta que se nos hizo tarde.
Al día siguiente en la oficina el aire estaba más bien tenso, nosotras nos mirábamos a
cada rato. Mara que había sido tan simpática el primer día, había cambiado de actitud
al menos para conmigo. Otra de mis paranoias? Lo cierto es que cuando le hablaba
procuraba no mirarme a los ojos y mostrarse ocupada. Me obligué a relajarme y
seguir sonriente. Al final del día me despedí de Estela y fuí directo a mi
departamento. Tenía ganas de estar un ratito en el balcón mientras bajaba el sol.
Desde Nicaragua a esa altura puedo ver la Juan B. Justo partida al medio por una
línea amarilla de supercolectivos, y lo que antes eran las bodegas Giol.
Saliendo de la boca del subte pensé que si apuraba el paso, todavía iba a tener sol en
el balcón, lástima que hace cinco años que dejé de fumar, sino sería una puesta de sol
perfecta, mi cafecito de Franca Blanca, el sol entrando al living iluminando la pared
donde tengo colgado mi título y al lado mi foto recibiendo el diploma, ya no tenía
granitos en la frente pero seguía siendo adicta al flequillo, y mis L&M que ya no
fumo. Quería ser Claudia Sánchez y que Mauri fuera mi Nono Pugliese, y estar como
ella en un yate en alguna isla del Caribe o del Mediterráneo.
Cuando entré me sorprendió no haber cerrado con llave “tan mal estoy que me
olvidé?” Nada más abrir la puerta me encontré con todo dado vuelta. Alguien o varios
habían entrado a robarme, pero semejante destrozo no lo podía entender. Por un
momento me paralicé en la puerta sin atinar a entrar o salir, tratando de escuchar
algún ruido por si todavía estaban adentro. Podía sentir los latidos del corazón como
si vinieran de fuera de mí y los escuchara retumbando en las paredes, me saqué los
zapatos y los agarré como si fueran armas, apuntando con los tacos. Esos segundos
fueron eternos, pero no fueron más que segundos porque así como miraba para todos
lados seguí el paso de las manecillas del reloj de pared que seguía colgado, no así mi
diploma que lo ví estrellado en el suelo. Busqué el teléfono y llamé a Julio que ya
estaba llegando a casa, me calmó como pudo y recién cuando llegó, pude entrar junto
a él. La computadora había desaparecido, los libros y revistas estaban esparcidos,
habían dado vuelta los cajones, la ropa, todo. De repente se me agolpó todo el dolor
en los hombros, de cómo había apretado los zapatos en mis puños y empecé a llorar.
-Es evidente que te querían meter el pánico en el cuerpo, los ladrones comunes no
hacen este desbarajuste, van directo a lo que quieren y se van.
Él ya había llamado a la seccional mientras llegaba a casa, actuó como un policía
pero hubiera querido que me abrazara y me dijera que estaba todo bien, lo hizo pero
no como un novio. Esa noche dormimos en su departamento. Contra lo que me había
pedido, fui a la oficina, aunque ya llevaba la renuncia redactada. Solo quería recoger
mis cosas de la manera más discreta posible. Cuando se hicieron las diez, fuí al
correo a mandar la renuncia. Cuando llegara ya no estaría ahí. En un momento me
detuve a pensar en Mara, pobre chica, cada uno sobrevive como puede pero creo que
ella eligió la peor opción. Quién elige la mejor opción y cuál en este mundo es una
buena opción que nos permita llegar a viejos con la frente alta? Si sigo en mi tesitura,
no llego a vieja y si bajo los brazos, será con la cabeza gacha. Miré hacia su escritorio
y la ví muy concentrada frente a la computadora, noté que no llevaba la blusa cerrada
hasta el cuello, ahora la tenía abierta hasta el tercer botón, y una pollera tres cuartos
color caqui. No sabía si morderme la lengua y quedarme quietita en mi escritorio los
últimos momentos que me faltaban para irme o encararla.
-Sabés que quería decirte una cosa? El día que subimos juntas en el ascensor se me
ocurrió advertirte un poco de lo que te ibas a encontrar como secretaria de Bernás. No
sabía muy bien como decirte que el tipo es un repugnante, pedante y mala persona.
Hubo un tiempo en que pensaba que era el amante de Rodríguez, por conveniencia
claro, imagináte sino cómo iba a llegar tan alto y tan rápido, pero con la patada que le
dió, creo que era el amante de alguien más arriba del pobre de Rodríguez. Él sí nos
dejaba trabajar, a regañadientes porque lo metíamos en cada brete a veces... buéh...
veo que la estás llevando bien.
-No sé a qué te referís Marcela, hago mi trabajo lo mejor que puedo y el señor
gerente está muy contento conmigo.
-Y veo que sos muy lista, eso se te nota, pensaba decirte que te cuidaras las rodillitas
pero con esa pollerita larga ya será suficiente, no? Que tengas buen día.
Pestañé rápido, volví a la realidad, la miré y le puse la mejor sonrisa desde mi
escritorio porque a veces no hace falta ser mala, en realidad, nada me hizo. No me
despedí de nadie, Estela era la única que sabía que no iba a volver y ya nos
llamaríamos.
Volví a mi departamento a buscar unas cuantas cosas para llevarme a la casa de mi
madre, que está cerrada desde que murió, y mi hermano tampoco la usa. Ya pensaré
qué hago con el pendrive que no encontraron debajo de la tapa del reloj de pared.
Ahora solo quiero ser Claudia Sánchez por unos días pero no en el Caribe sino en el
jardín con pileta y tomandome unos tragos con mi policía favorito.
Saverio Longo
Amsterdam, 14 de abril de 2014

Gaba Echeverria: "Caras y Caretas: la seducción"


Cuando en casa se rompe la bomba de agua hay que llamar a Eduardo, porque viene enseguida y la arregla bien. Mientras la arregla habla sin parar, y yo me paro cerca de donde está trabajando porque en mi experiencia hay que vigilar lo que hacen en tu casa, si queres que lo hagan bien y además así sabes lo que hicieron para futuras ocasiones. Es mi casa, y en mi casa cuido lo que pasa, lo que se hace, yo sola, porque estoy sola, en eso también.
Entonces el tipo habla y habla y yo hablo con él, como hablo con todo el mundo, porque me gusta escuchar y hablar con simpatía.
No veo en todo esto ninguna intención de seducción oculta, ni abierta (mucho menos). Yo solo hablo, el tipo tambien, es simpático. Si yo fuera varón el tipo hablaría, y yo también, y yo no estaría escribiendo todo esto.
En estos años hemos hablado de muchas cosas, la familia, sus hijas y como las educa, su trabajo, los clientes que no pagan, los autos (yo me había comprado uno y buscaba siempre mecanicos de confianza), la salud (él tenia un problema en la piel que le lastimaba las manos y a veces tenia que usar guantes para trabajar), los precios, el gobierno (aunque yo siempre trataba de cambiar ese tema para no pelear con la gente, siempre en desacuerdo)
Pero en algun momento pasa algo, después de, ponele, dos años en que el tipo vino, ponele, una vez cada seis meses, y yo que no estaba prevenida, simplemente lo tomaba como un simpático, o un "charleta" (diría mi madre). Y el tipo muestra la hilacha.
Entonces, en este caso, el tipo sube al techo para arreglar el automático de la bomba, un cablecito tonto que hay que acomodar para que el motor deje de funcionar cuando se llena el tanque y que se desacomoda siempre cuando se corta el agua y el tanque queda vacío. Se sube, decía, al techo del segundo piso, cosa complicada y peligrosa, arregla el pedorro cablecito y baja, y ahí recién cuenta que sufre de vértigo, que una vuelta se quedó arriba de un techo paralizado por el miedo y le costó horrores bajar. Que si hizo esto fue por mi, dice, con tono distinto.
Y yo que caigo recién en la cuenta de que el tipo busca algo más, doy dos pasos atrás y enmudezco notoriamente después de decir "mil gracias, cuanto te debo?" Y lo acompaño hasta la puerta para que se vaya.
Que pasa la proxima vez  que se corta el agua? Lo llamo y me sigo haciendo la boluda, simpática, como si nada hubiera pasado, con la misma máscara amable y conversadora, con mi tono simpaticón. Por qué? Porque si busco a otro, tengo que acertar con alguno que sea de confianza, y que venga inmediatamente cuando lo necesito, cosas casi imposibles de lograr juntas, y que ademas no trate de afanar con el precio, o me invente cosas para hacer que no son ciertas para sacar plata a las ignorantes mujeres que no sabemos de estas cosas. Y  sino? Hacer un master en bombas de agua...
Gaba Echeverria

Consigna 12: Que va a ser de ti lejos de casa

Saverio Longo: "Qué va a ser de ti, Alode"

Alode abrió la puerta ofuscadamente. Su trayecto por las escaleras hasta el tercer piso
había sido, casi sin exagerar, por todos los vecinos escuchado. Su hija de apenas ocho
años estaba acostumbrada a quedarse sola un par de horas, desde que la dejaba la
chica que la cuidaba hasta que su madre llegaba a casa.
Pero esa tarde, Alosa había llegado temprano.
Me rechazaron el proyecto! -Fue lo primero que le dijo al abrir la puerta y lanzarla
con furia al cerrar.
Alina, que era una nena dulce, corrió a abrazar como consuelo a su querida mamá que
todo lo daba por las dos y trabajaba tanto.
Todavía estaba en casa Andrea, que solía irse a las seis cada tarde.
-Perdónenme chicas pero esto es tan injusto! Estuve cinco meses armando el
proyecto, trabajando hasta tarde, llegando a casa para seguir trabajando y que ahora
el directorio me diga que la idea está buena pero no es viable como lo planteé y que
la idea del pelagatos de Andrés tiene más salida comercial. –Andrés pirateó su
proyecto y lo modificó en detalles mínimos. Aunque la mejor parte del trabajo del
pelagatos había sido acaramelarse al Gerente de la empresa, un cincuentón soltero
con una eterna novia que solo unos pocos habían visto alguna vez hacía ya muchos
años.
Se sentó a la mesa dejando el portafolios, la cartera y el portátil en el suelo. Alina la
miraba con sus grandes ojos de asombro, nunca la veía así a su mamá y no podía
entender muy bien lo que pasaba pero parecía que la habían tratado muy injustamente
y eso le daba rabia a ella también. Andrea le apretó el hombro como para mostrarle
que ella también la entendía y lo sentía mucho. – Dicen que ya estamos liberadas,
pero a estos cabrones hay que seguir haciéndoles todo y encima se llevan los créditos,
cretinos que son, perdóneme que hable así delante de Alina pero me da tanta rabia.
Habían pasado un par de horas, calentó la cena en el microondas, y luego de cenar le
dijo a Alina que se fuera a dormir. Lavate los dientes antes – Sí mamá, andá a dormir
también vos. Mañana sale el sol otra vez y vas a estar mejor. – Y le llenó la frente de
besos.
Con una mueca entre el dolor y el consuelo, le devolvió un beso y encendió la tele
para quedarse dormida mientras las luces de la pantalla la iluminaban en la oscuridad
y el volúmen inaudible del aparato sonaba como un murmullo de ovejas saltando una
cerca. Su mente comenzaba a soñar.
Se internó en un sueño que había tenido hace ya muchos años. Volvió a sus 15, a sus
pecas en la rariz y su largo pelo castaño sujetado por una vincha elástica azul marino,
de esas que cuando viejas, se llenan de pelotitas. El murmullo del viento en los
árboles era algo atemorizador, pero ella prefería pensar que se llamaba libertad.
Quería mucho a su mamá, pero no podía entender que sea tan cerrada, que la obligara
a ir a ese colegio de monjas autoritarias que hacían rezar a las alumnas de rodillas
sobre garbanzos. Y eso era lo normal, porque a veces también las encerraban solas en
cuartitos con un ventanuzco pegado al techo, cuando se habían comportado
impropiamente según las normas de Dios.
Mientras soñaba, su respiración se iba agitando.
Tan pronto como había pasado el linde de abetos llegó a un calvero que se cerraba
por una mata tupida de cupresus que rodeaban unos olivares enfilados hacia la
carretera que llevaba a la ciudad. Miró a todos lados, se giró y pensó que su pasado la
había abandonado y con toda la soberbia de esa edad, dibujó con la punta de los
botines, una línea en la tierra, bajo la raya dibujó una “p”minúscula y sobre la raya
una “f” mayúscula. Ese era el punto donde cambiaría su vida para siempre. Empezó
a correr a campo traviesa pero de repente sintió miedo de tanta oscuridad y justo
empezó a lloviznar. Se embarraría, así que retomó la carretera y la costeó hasta llegar
a una parada de autobuses, quería esperar a que cambiara un poco el tiempo. Fueron
apenas 2 minutos porque vió que alguien más llegaba a la parada y no tenía ganas de
que sea un conocido al que darle explicaciones, imaginó que la haría volver a su casa
así que prefirió mojarse y seguir hasta la estación de trenes. Se había llevado el
pintalabios de su mamá y un delineador de ojos, se maquilló en los baños de la
estación, para que el vendedor de boletos pensara que ya era mayor y no le hiciera
preguntas incómodas.
Alode seguía durmiendo y soñando, más bien recordando en sueños, pero ahora ese
sueño hacía salto en el tiempo.
Se encontraba en la capital. Se sentía pueblerina con su impermeable amarillo.
– A mí sola se me puede ocurrir meter todo en un atillo! Podría haberme traido la
maleta de mamá – Se dijo. Pero así llegó a la pensión que encontró a tres cuadras de
la estación. Nunca había estado en la capital. Fueron 6 horas de viaje en tren.
Giraba en el sofá frunciendo la naríz, riendo por momentos y mojandose los labios
con la lengua y su sueño seguía. Tengo que encontrar trabajo – Se dijo mirando los
rascacielos de balcones cerrados, de vidrios espejados, uno redondo, otros cuadrados,
otro con la punta en forma de pirámide. Descubrió la zona turística, caminando por la
ciudad y siguiendo la dirección de los transeúntes se fue adentrando en la zona de
bares y cafés, restaurantes elegantes y fondas. Todo era fascinante. Todo menos el
hambre que sentía así que entró a una cafetería, pidió un café con leche y una
medialuna de jamón y queso y se reconfortó.
Otra vuelta en el sofá y el sueño también giró junto con su cuerpo. Estaba más
grande, habían pasado unos años y tenía una bebita en brazos, su amiga Alicia la
miraba mientras preparaba la comida para las dos. De repente se baja de un autobús,
mira a los costados y cruza la carretera, con la beba en brazos hasta que encuentra el
viejo olivar cerca de donde habia hecho aquella marca con sus zapatos, se rió con
amargura y frunciendo el ceño recordó los botines de gamuza con los que su madre la
mandaba al colegio. Siguió caminando por un buen rato. No entendía qué la había
llevado ahí en este sueño pero mientras soñaba su respiración se agitaba. Hasta que se
encontró frente a la puerta de dos hojas, y una señora avejentada y de ojeras tan
grandes y oscuras que a Alode se le antojaron como cuencas sin ojos, abre la puerta y
al verla con la beba en brazos, empieza a gritar de dolor y consternación.
Alode despertó de repente. La noche era bien cerrada, no había siquiera luna y las
luces de la calle tampoco iluminaban demasiado por la ventana abierta y el televisor
se había apagado. Se reclinó para levantarse pero sentía tal dolor en el cuello por la
mala postura en el sofá, que se llevó la mano allí para masajearse un poco pero tocó
un líquido pegajoso y aunque no podía ver nada, por el ardor supo que sería sangre,
se olió la mano y con horror lo confirmó, ese olor ferroso no podía ser otra cosa, pero
de dónde, de quién. Se empezó a aterrar, trató de recordar si había cerrado con llave
después de que se fuera Andrea, la chica que cuida a Alina pero no lo recordaba.
Manoteó al costado del sofá para encender la lámpara y no la encontró. Así que entre
tanto dolor de cabeza, trastabillando, llegó hasta la puerta y solo sentía la áspera
pared. Un dolor como muy viejo, acumulado por los años le trepaba de las rodillas
hasta la cintura, tenía la ropa desgarrada, empezó a llamar a Alina a los gritos pero la
niña dormiría profundamente porque no contestó o lo peor, que se la hayan llevado,
que la hayan...no Dios, dime que no le pasó nada a ella. Por qué no puedo recordar,
estaba soñando con mi pasado. Dónde se fundió la realidad que no puedo recordar
estos golpes, y mi ropa rota? Alina! – Volvió a gritar mientras caía de bruces al suelo,
se llenó la cara de barro, se dió cuenta que también estaba mojada, abrió tanto los
ojos, que lo que veía se le borroneaba, los contornos no eran claros, era tan cerrada la
oscuridad!
Tienen que habernos secuestrado, Dios donde estoy? Dónde está Alina? – Por alguna
razón se habían llevado a la nena y la dejaron a ella tirada a saber dónde. Se tocó todo
el cuerpo, se sentía sucia, toda mojada, adolorida, quería correr pero las piernas no le
respondían.
Dónde está mi casa, mi hija, dónde estoy?!! –Nada, nadie le respondió, solo los
chispazos de la lluvia que volvía a arreciar. Y allá entre los troncos de los árboles se
empezaba a dibujar un horizonte blancuzco, amarillento, como cuando amanece en el
campo con lluvia y la luz quiere desgarrar a girones el telón de nubes y lo único que
consigue es iluminar las gotas que caen sobre cientos de charcos y pastizales
doblados sobre sí. Pero Alode estaba bajo los árboles, nada veía más que su
desolación y la desesperación por encontrar una explicación a todo esto se agostaba
por la angustia de encontrar a Alina.
La luz de esa mañana cruel le empezó a mostrar sus uñas llenas de sangre y unos
moretones muy marcados en sus muñecas. También había sangre en su falda y sentía
mucho dolor entre sus piernas y en sus pechos. Empezó a entender todo, pero no le
entraba en su cabeza haber olvidado los hechos.
Esta sangre y estos moretones están diciendo que luché, pero no recuerdo nada? –
Recién ahí arrancó en un llanto desgarrador mirándose las manos, embarrada, calada
de frío hasta los huesos, temblando de pavor de tan solo pensar en el destino de Alina,
su queridísima hijita que le prepara galletas de anís con Andrea para cuando ella llega
de trabajar. Sacando fuerzas de donde no las había se levantó como pudo, dejó de
compadecerse y arrancó hacia cualquier dirección que la sacara de ese bosque. Se
encaminó hacia la izquierda, su instinto le decía que siguiera el ruido del arroyuelo
que serpenteaba entre los abetos, el olor de los árboles y la hojarasca le daba energía,
pero tenía sed así que se acercó más al agua para beber de entre sus manos un poco
de ese hilo que seguramente regaría algún sembradío y allí encontraría gente que la
ayudara. Pero algo le llamó la atención como si reconociera el lugar, así que se animó
un poco.
Siguió más o menos una media hora costeando el agua hasta que se bifurcaba
artificialmente, como si hubiera sido canalizado para regadío, sentía más aliento. A
unos veinte o cuarenta metros, una manchar rara se mezclaba con una rama caída en
el agua. Le empezó a latir más fuerte el corazón, siguió como pudo, tropezando entre
las ramas secas del suelo. Justo en la otra orilla del riacho la mancha se veía más
clara aún. Un plástico amarillo, sucio y lleno de podredumbre brillaba sobre el agua.
Un frío le recorrió la espalda, se agarró la cabeza enmarañada y mojada y con espanto
dió un grito al ver que un perro campero se acercaba a olfatear aquel plástico. Se le
revolvieron las tripas, se mareó y empezó a correr por donde había llegado. Mientras
unas voces empezaban a sonar entre los árboles el perro comenzó a ladrar.
Ahí está el Tuni. Tuni vení para acá que encima te me vas a apestar con eso. – Dijo el
que sería el dueño del perro.
Pero don Gervasio, hombre, cómo no avisó ayer mismo? – Habló el que llevaba
bigote según podía ver Alode desde la otra orilla, porque al oir las voces, ella volvió
al lugar con la esperanza de pedir ayuda, pero antes de decir palabra, quería enterarse
de qué era eso que le daba tanto pavor.
Mirá Ricardo – dijo don Gervasio – estaba ya oscureándo, el Tuni se me había ido
lejo y me llamaba a los ladrido pa'que lo siguiera, pero era que estaba lloviendo y no
le hice caso, pero el guacho este no paraba de llamarme. Vos viste donde estamos y
donde tengo yo el rancho. Además la pobrecita no se iba a ir a ningún lado, viste?
Pensé que el Tuni había encontrado un caballo muerto o una cabra, qué se yo. Pero no
me esperaba esto. Cuando volví al rancho la patrona me dijo que lo dejara para
mañana.
– que de ahí no se va, te digo yo. Así me dijo la Mirta. – Que encima andá a
cambiarte que te vas a enfermar. – Pero igual ni bocado comimos, con lo que le conté
nos fuimos a la cama sin cenar.
Alode se metió en el agua, vadeándo para llegar hasta ellos, aún no la habían
escuchado cuando estaba trepando el terraplen de la otra orilla.
El del bigote se acuclilló frente al cadáver poniéndose una mano en la naríz. – Ojalá
me equivoque pero, sabe usted que en el pueblo de la Picardo hace cosa de año y
medio por áhi... la hija de la viuda de don Avendaño se fugó? Nunca se supo de ella.
Pero Ricardo, el pueblo de la Picardo está lejo, acá no tenemos casi contacto con
ellos, nosotros los caballos y ellos el tabaco. – Acotó don Gervasio.
La cuestión don Gervasio es que nosotros no le hicimos mucho caso a la viuda, la
pobre estaba desesperada, pero como nos vino con la cartita que le dejó la nena, le
explicamos que eso no era secuestro ni nada que se le parezca. Que cuando se le
acabe la plata iba a volver. – Ricardo se levantó, ya no soportaba el olor que brotaba
de ese piloto amarillo, asomaban los pies y solo uno conservaba un botín de gamuza
con suela de crepé y la mata de pelos se unía en un pegote negro, con una rama giró
el cuerpo y en el cuello había una cinta elástica negra o azul muy apretada. – Esto me
huele peor que un accidente Gervasio – siguió Ricardo – Esta nena no se cayó y se
mató de un golpe. – Miró a lo lejos por sobre los hombros de don Gervasio y cerró
los ojos. – El Mocho Güiraldes que llevaba el caso, contó que la madre quería que
Alodiñe, como la llamaban de chiquita, estudiara mecanografía, taquigrafía y algún
idioma para meterla de secretaria en las oficinas de la Picardo y consiguiera un buen
marido ahí mismo, pero la chiquilina quería ser actríz o la presentadora del tiempo en
el noticiero. – Lo miró a don Gervasio y poniéndole una mano en el hombro le
preguntó – Ahora cómo le digo a la viuda, que la hija no va a volver?
Alode empezó a gritar de la desesperación. – Yo soy la hija de María de Avendaño!
Acaso están locos? Esa chica sabrá Dios quién es!
Pero los hombres seguían su charla.
Vamos que tengo que avisar a la científica. – El comisario aceleró el paso hacia la
camioneta con don Gervasio a la zaga y llamando a su perro.
Yo soy Alode Avendaño, no me fuí hace un año ni dos, tengo treinta y me dejaron acá
a unos kilómetros, tengo una hija y me la secuestraron! – Corrió hacia ellos que se
alejaban por un camino delimitado por unos veinte metros de álamos con los brotes
nuevos apenas visibles, de un verde amarillo que había que adivinarlo contra el cielo
gris que lo recortaban. El perro ladró hacia donde estaba ella y se quedó mirándola
fijamente. Los hombres siguieron hasta la camioneta del mismo gris que el cielo con
una lona verde detrás, y el escudo de la policía desconchado en las puertas.
Estoy viva, ayúdenme! Esa chica ya está muerta, por favor mi hija me necesita. – Y
su voz se perdió entre los silbidos de los álamos, el murmullo del arroyo y el
repiqueteo insufrible de la lluvia.
Quedó de rodillas en medio del camino, apretando el barro entre sus manos y
lanzándolo hacia la camioneta que se alejaba y se perdía tras la cortina de agua. Se
arrastró hasta la chica del impermeable amarillo y al observarla, su vista se internó de
nuevo en una noche sin luna, algo de llovizna empezaba a amenazar. Se vió
caminando a campo traviesa. Se vió llegar a la parada del autobús pasado el olivar.
Sintió miedo al ver a un hombre acercarse adonde ella estaba, pero no volvió al
campo como recordaba, se quedó ahí y al verle la cara al desconocido, le subió un
gusto a bilis por la garganta. Quedó paralizada.
Alode volvió a abrir los ojos para mirar a la muchacha en la orilla. Estaba llorando y
sin embargo sentía una mezcla extraña de pazy desasosiego.
Sus lágrimas rodaban por su cara, más lentas que las gotas de lluvia.
Empezó a recordarlo todo.
Su ropa no estaba ya desgarrada, ni sucia y manchada de sangre, ni siquiera mojada.
Se dió cuenta que había jugado con el tiempo. Había cancelado el último recuerdo y
lo había transformado en la vida que soñó. Utilizó el tiempo como una cinta elástica,
de esas que utilizaban las nenas para jugar en los recreos de la escuela.
No supo cuánto tiempo pasó allí de rodillas frente a sí misma pero ya estaba de vuelta
el comisario Ricardo acompañado de más hombres que empezaron a cercar el lugar, a
marcar todo lo que les parecía que fueran huellas y tomando fotos.
Alodiñe se fue alejando de aquel monte, triste sí, por su madre, pero felíz porque
había vivido quince maravillosos años, cuando en realidad había pasado solo uno y
medio.
Saverio Longo
Amsterdam, 7 de Marzo de 2014

Gaba Echeverria: Que va a ser de ti lejos de casa...


Cuando se levantó del piso, tenía la imagen de la cerámica roja de la habitación, y la sensación del tirón en el pelo. Le ardía una rodilla y el labio parecía que se iba a hinchar. No podía pensar, lo siguiente que vio fue como él se iba al baño, abría la ducha, se cepillaba los dientes. El corazón era una masa que le obstruía la respiración pero estaba calmada y alerta al mismo tiempo.

 

Sin pensar empezó a accionar. Fue a ver a la nena a la cuna pero no la encontró, la tenía Marta, que al escuchar los gritos se la llevó para abajo. Marta sabía, entendía, la miró con compasión, pero no conversaron, ella le pidió que cambiara a la bebé, y esperó frente a su computadora a que él bajara y se metiera en el estudio  a trabajar con el diseñador que ya había llegado.

 

Entonces se cambió, preparo un bolso con ropa y pañales, sus libretas y agendas, y dos bolsas más con más ropa y sus documentos. Con la bebé acomodada, puso en el cochecito todo lo que pudo entrar sin que pareciera una mudanza, y le dejó a Marta las bolsas restantes. Le dijo que esperara media hora y saliera con las bolsas hasta el café de la esquina. Entró en el estudio para sacar los documentos del banco, de su dinero en el banco, con la excusa de que iba a renovar el plazo fijo se despidió de él, que disimuló muy bien frente al empleado y la despidió con un beso. Después abrió la puerta, sacó el cochecito con la bebé, cerró y no volvió nunca más.